Trasfondos de Aljucer
Buscando...
jueves, 15 de octubre de 2015

La riada de 1973 en Aljucer

En Movimiento n º 1

Aljucer, 20 de octubre de 1973. Avenida de la Libertad. Imágenes de José Ruiz Meseguer

El día en que publicamos la primera entrada de esta sección, 15 de octubre, es el triste aniversario de una gran riada que sufrimos en Murcia, la Riada de Santa Teresa, en 1879, que anegó gran parte de la Huerta de Murcia y, por supuesto, Aljucer. 

Y es que Aljucer está situado en la zona suroccidental  de la huerta, en el sitio natural en el que se encuentra la desembocadura del Río Guadalentín o Sangonera en forma de delta. Cuando se ha desbordado el Guadalentín, hemos sufrido riadas. 

Por esta razón se construyó, en el siglo XVIII el Reguerón, para que el río Guadalentín desaguara aguas abajo de Murcia, para evitar las riadas en la zona oeste de la Huerta y en la ciudad de Murcia.

Actualmente hay un Plan de Avenidas que, unido a los periodos de sequía que vamos arrastrando, evita, en gran medida, que pueda haber inundaciones con la frecuencia que antes las teníamos.  

La última vez que sentimos el terror y el daño que produce una riada fue en el año 1973, el viernes 19 de octubre, en el paso al día 20. 

Ese día, las motas del río Sangonera, se rompieron y el agua anegó Aljucer, entre otros pueblos. 

El periódico hablaba de la catástrofe el lunes posterior: 

La Hoja del Lunes, lunes 22 de octubre de 1973, página 14: 

"MURCIA ESTÁ LLORANDO
POR JOSÉ FREIXINOS

El sol, como en otras mañanas de otoño en Murcia, nació brillante y acogedor. Pero más le valiera no haber nacido.Murcia tenía que presentar las galas de una gigantesca provincia en fiesta. Una fiesta, sí. La FICA había abierto ya sus puertas para congregar allí el gran boom de lo que ya quiere ser. Para eso venía un ministro, el de Comercio,para darle empaque y espaldarazo. Pero el señor Cotorruelo Sendagorta ha cambiado su discurso inaugural por una oración sentida y apasionada al pie de unos cincuenta cadáveres y al pie también del recuerdo de unas ciento cincuenta o doscientas personas desaparecidas. Por eso, digo, porque la fiesta se ha tornado en duelo, que más valiera al sol no haber nacido.

Días antes, a estas mismas horas, el campo y la huerta de Murcia entera era algo muy distinto al panorama que presentaba este sábado triste y ya histórico por su tristeza que dejará huella profunda de desolación, de amargura y ¿Porqué no? de miedo?
Este sábado, litúrgicamente Incoloro, calzó los colores morados para el gigantesco funeral en que se ha convertido de pronto toda una provincia. Y todo, por obra y gracia de la "Guerra del agua" que yo llamo. Una guerra que ha abierto tres frentes muy dolorosos y cuyo tributo supone muchos miles de millones de pérdidas y lo que es más triste aún, la pérdida de muchas vidas humanas.

Aquí, en Murcia, el agua, tal vez por obsesión, se ha convertido en la pasión dominante que tan cara está costando. Muchos suspiros han dado todos nuestros campos por el Trasvase, pero muchas lágrimas está costando en estos momentos este otro trasvase inesperado y sin piedad. Por esto decía que más le valiera al sol no haber nacido. El sábado.

Tres frentes concretos: el desbordamiento del Reguerón, una Lorca envuelta en barro y la tragedia imponente e  indescriptible del último pueblo, pobre pero limpio, modesto pero trabajador, azotado por su pobreza pero siempre en vilo de una inquietud desbordante: Puerto Lumbreras. Desde hoy, con un nombre conocido ya por toda España aunque el motivo haya sido un lienzo dantesco y sobrecogedor.

El día anterior, ya entrada la noche, habían corrido rumores extraños por la capital. Se hablaba entonces, de cien muertos. Pero nada era oficial. Sólo había la realidad de un envío en tromba de ambulancias que se abrieron paso en la noche por carreteras cortadas, inundadas, a través de mil peligros. Envíos de médicos,de sangre. Pero todo en plan masivo, con carácter de catástrofe. Envío desde Cartagena de lanchas y marinos especializados, hombres de la Policía Armada, Marina, Guardia Civil, bomberos, todo un despliegue monumental. En la capital, sólo había quedado lo imprescindible. Nos habíamos quedado con lo puesto. Un gobernador civil dirige las operaciones
de salvamento. Sólo existe en la capital una fuente de Información: los radioteléfonos de las ambulancias conectados a algunos centros oficiales. Era impresionante presenciar el gigantesco equipo de médicos preparado en la Residencia de la Arrixaca, de la Seguridad Social, en espera de la llegada de las ambulancias. 

Pero todo seguía muy confuso. Ya muy tarde, la cifra de muertos confirmada ascendía a quince. Pero se sabía o al menos se presumía con espanto que debería ser mucho más elevada.
Había que esperar contra toda esperanza. Había que esperar incluso con la resistencia a presenciar uno de los espectros más sobrecogedores que uno puede echarse a la cara.

Uno se echa a la carretera. 80 kilómetros. La caravana en la carretera general de Almería - Murcia se convertía en un estado de sitio. Horas y horas para llegar a Puerto Lumbreras. Para llegar he dicho. Pero es un decir. Ya no es Puerto Lumbreras. Hay, en vez de un pueblo, un dolor inenarrable,
en vez de unas calles, una angustia hecha camino, en vez de unos vecinos, unos autómatas aterrorizados que van y vienen sin decir palabra.Por eso me digo para mí: más le valiera al sol no haber nacido.

Pero era apasionante sorprender al pueblo, a un pueblo roto, salir de sus tinieblas para emprender la búsqueda apasionante de sus cadáveres. Te vas al Ayuntamiento y te llevas al talego rostros de hombres que esperaban. ¿Qué esperaban? Los Jeeps del Ejército van llegando. Una gran sala se va llenando de cadáveres.

Familias enteras que sospechan la muerte de familiares van y repasan cada rostro. He visto ancianos, hombres recios, mujeres; muchachas encantadoras que por allí tienen la marca hecha de dulzura. Y te ves, para que el cuadro sea más doloroso, rostros de niños ya en silencio. Te ves a jóvenes sentados a la puerta del Ayuntamiento con la cabeza hundida entre sus brazos. Y así muchas horas mientras que por el pueblo van y vienen, con toda urgencia, camiones del Ejército, de la Marina, de ambulancias. Es esta una ciudad a la que no puedes tomar el pulso porque está convertida en un gran laberinto de escombros, de cieno, de cadáveres, de llantos y gritos que te retuercen el alma. Te ves a un alcalde más fuerte que aquellos cabezos embarazados de sequía. Y te ves hecho un pedazo de carne asustada, "Se nos ha roto el pueblo.Se nos ha roto la vida, se nos ha roto todo". Y ves allí llorar al alcalde, al cura del pueblo, al padre que marchó a las faenas del campo y cuando volvió se había encontrado sin esposa y sin cuatro hijos. Te ves allí llorar a un niño que había podido escapar a casa de unos vecinos mientras sus padres morían bajo el escombro.  Te ves allí a hombres que te cuentan heroicidades. A una niña la salvaron tirándola por una ventana y a punto estuvo de caer al agua endemoniada de la rambla.

Por eso digo para mí y para usted: Más valiera al sol no haber nacido hoy. ¿Lo comprende ahora? 

Allí he podido ver a una chica que se arrojó desde la terraza antes que se hundiese su casa y así tiene las piernas rotas.

Decía que la rambla traía sus aguas endemoniadas. El pueblo está dividido en dos partes rambla oor medio. Unos trescientos metros de anchura pero veinte kilómetros de recorrido.
Es por esto que el agua había impreso en su alma una furia indomable. Y así puedes ver camiones arrastrados, turismos enrollados como un papel de fumar, en el poste de una viga de cemento.
Pocas horas antes del entierro, los cadáveres identificados ascendían a cuarenta y cinco.

— Pero deben haber unos doscientos— me ha dicho un hombre del pueblo. Mientras despegaba de la rambla un helicóptero con heridos. Y es verdad. Debe ser desgraciadamente verdad. A pesar de la gran labor desplegada por las fuerzas, habían calles enteras, arrancadas de cuajo. Debajo de esos escombros aún sin tocar, debe haber un verdadero cementerio. No me gusta la crónica de sucesos. Pero allí me han hablado que en uno de los mejores hoteles, habían hospedados catorce personas y que sólo pudo salvarse una y esto porque el agua lo lanzó por encima del gran puente y un turista pudo hacerse con él. Tal vez un signo evidente de la gran fuerza del agua pueda ser el hecho de que todos los cadáveres han sido encontrados enteramente desnudos.

Hoy, la rambla, parecía ese escenario dantesco a cuyos foros se asomaban escalofriantes y coléricas las dos partes del pueblo. Un pueblo destrozado hasta los mismos cimientos.

Lorca ha tenido que abastecer de féretros a Puerto Lumbreras y me supongo, desgraciadamente, que tendrán que recurrir a otras poblaciones. El pueblo se ha quedado sin una fábrica de géneros de punto. Sin su matadero municipal, fuente de buenos ingresos; sin su báscula pública, sin varios talleres de reparaciones, sin panaderías, sin Lonja. El agua se ha llevado la plaza de Abastos y las cámaras frigoríficas de la Lonja. También ha desaparecido su embarcadero de cerdos. Todo ha desaparecido allí.

Pero hay un segundo frente en esta "guerra del agua". Lorca está ahí como una caricatura de ciudad. Todavía he podido ver carteles anunciadores que me indicaban que estaba en la Ciudad del Sol. Pero hoy, aquello es una ciudad de barro. Hoy la gente andaba echando a la calle el barro metido en tromba en cada hogar, en cada tienda.

He echado desde su imponente castillo una mirada a su huerta. Y me han dado ganas de llorar. He visto a agricultores con su acento de amargura indescriptible hiriente casi desafiante a no sé quién. Es el eterno drama del agricultor.

Tres muertos ha sido el balance. Pero hoy andaban apuntalando edificios, excavadoras buscando el fírme de sus calzadas. Toda la gente estaba echada a la calle. Parecían buscar con sus ojos la ciudad romántica, la ciudad de piedra que se les ha convertido en una ciudad de barro. 

A mi paso por Lorca conecté mi transistor con Radio Popular. Hablaba el alcalde. Y tenían sus palabras la fuerza del aliento mientras mandaba mensajes certeros a todos los ciudadanos. Un alcalde joven que hace sólo unos meses ha tomado posesión. Un estreno fatal el suyo.

Estabas allí como enviado especial de una agencia periodística y sin embargo no podías alargar tu noticia dos palmos más allá. Están severamente incomunicados con la capital y con el resto de España.

He tenido que dejar aquellos tristes escenarios y descender a la capital. Cuando construyo las últimas líneas, el Segura aún tenía su lomo descaradamente asomado a la superficie. Pero no era esto lo peor. 

La tragedia de Puerto Lumbreras y de Lorca tenía un tercer capitula o el tercer frente que llamo de esta guerra del agua. El Reguerón reventó a la altura de Alcantarilla. A altas horas de la madrugada. Murcia entera comenzó a temblar. Otro joven alcalde dirigía las operaciones desde su despacho, ante un mapa. Malas noticias. Se ha inundado la carretera de El Palmar. Ha entrado el agua en Aljucer. Los paracaidistas tienen el agua hasta el cuello. Por allí cerca anda el Sanatorio Siquiátrico Provincial. El temor se hace denso. Río abajo, Reguerón abajo, las noticias son cada vez más alarmantes. Son innumerables las personas rescatadas que se encontraban aisladas, envueltas en el agua.Gran éxito de la Policía Municipal, de los bomberos, de todos los concejales que registraban la huerta en la obscuridad de la noche. Han evacuado Aljucer. 

Centenares de personas son alojadas en el salón de actos del Ayuntamiento mientras que los concejales han abierto sus despachos para que acuesten allí a los niños. Todo, indescriptible. Sube el temor. Se ha roto el cauce del río a la altura de Alquerías. El pueblo se encuentra atenazado por el Segura y por el Reguerón. Vienen barcazas de Cartagena, camiones del Ejército.
Pero todo intento es imposible. Todo una quimera, imposible penetrar por ningún frente. Son momentos agobiantes. Hasta que amanece y el alcalde da una batida por todas las pedanías de su municipio. Es de día. Las escuadras de helicópteros cruzan el cielo de Murcia. 

Hay un respiro aunque las noticias son pesimistas: el Segura está creciendo.

Por ahora son incalculables las pérdidas en la huerta. Todo perdido. 

Vienen el ministro de la Vivienda y el de Agricultura. El de Comercio marchó al entierro masivo de Lumbreras.

Por eso digo que nació el sol. Pero más le valiera no haber nacido."

Es escalofriante el relato del daño y la tragedia que produjo este hecho en la Huerta y en otras partes de la Región. 

Uno de los vecinos de Aljucer, José Ruiz Meseguer, yerno de "La Josefica", que vivía en la Avenida de la Libertad, frente al Pantano y al Molino de Oliver, tenía una cámara de superocho con la que grabó cómo estaba la parte del pueblo dónde vivía. Gracias a él tenemos un testimonio gráfico del hecho. 

Aprovechando sus imágenes podemos darnos cuenta de cómo ha cambiado Aljucer. En las imágenes se pueden ver las instalaciones del antiguo Molino de Oliver, la fisonomía de la Plaza de la Iglesia, y de la iglesia en sí, la Cruz de los Caídos, (ya que hay que recordar que las imágenes están tomadas en época del Franquismo), y la acequia Alquibla Madre, que va desde el Molino de Oliver hacia la Carretera del Palmar y que ahora es una calle salón. 

Las imágenes nos alertan del error que supone cimbrar las acequias, ya que el agua de inundación se deriva a los canales / acequias que ayudan a desaguar y drenar el terreno, como podéis ver. Si vuelve a haber una inundación, ¿Por dónde desaguaría el agua?, ya que todas las acequias que se encuentran en este nudo de reparto de agua están tapadas.

En fin, nuestro interés es acercaros esta parte de la historia de Aljucer que ocurrió apenas hace 40 años y de la que hay, aún un vivo recuerdo en los testigos de este hecho. 

Queremos, en especial, agradecer la colaboración de Pedro Javier Corbalán Galián, familiar de José Ruiz, que nos ha proporcionado la grabación y nos ha permitido compartirlo con todos vosotros. 

Esperamos vuestros comentarios y vuestras experiencias.

Esperamos que os guste. Gracias por seguirnos. 

Ginés Marín Iniesta 




 
Back to top!